lunes, 30 de mayo de 2011

UN PASEO POR LA ALCARRIA DE CUENCA



Yo creo que la Alcarria empieza en Castejón, mi pueblo, que por algo es el “balcón de la Alcarria”, y no sé dónde acaba. Es toda ésta una tierra tan parecida en sus gustos y en sus costumbres que, a pesar de que a veces se escape del recinto geográfico que la limita, para mí siguen siendo alcarreños casi hasta muy cerca de Madrid. La gente de la Alcarria somos muy abiertos, pero somos secos; por lo menos ese es el concepto que la gente de fuera tiene de nosotros. Somos secos como buenos castellanos y como producto de una tierra sacrificada, olvidada, y eso en mis canciones se tiene que reflejar.
(José Luís Perales. “Nueva Alcarria” 10.10.1981)

El diccionario que tengo a mano en este momento define el nombre común “alcarria” como “terreno alto y, por lo común, llano y de escasa vegetación”. La Alcarria, en cambio, considerada como comarca característica de Castilla, como espacio concreto, si bien no muy preciso por cuanto a sus límites se refiere, es una tierra con un marcado y reconocido carácter que se extiende en porciones desiguales entre las provincias de Guadalajara, Cuenca y Madrid, siendo la de Guadalajara la que en el prorrateo de lugares y tierras ha salido con la mayor parte, hasta el punto de que en el decir general, los gentilicios guadalajareño y alcarreño vienen a significar lo mismo.
Hoy vamos a dedicar nuestro espacio de la semana -tercero y final de los dedicados a la Alcarria- a una de las otras dos Alcarrias, a la segunda en importancia si tomamos por principal motivo el de su extensión por un lado, y el número de villas y de pueblos que pose por otro: la Alcarria de Cuenca. No es necesario advertir que una y otra, entre las tres Alcarrias, tienen como límites los mismos que a la vez lo son de sus respectivas provincias, fronteras de artificio dentro de una comarca natural única.
Cuando don Camilo decidió, hace ahora sesenta y cinco años, patearse a pie las tierras de la Alcarria, prefirió no salir de Guadalajara, dejando a un lado la de Cuenca: «por Cuenca puede que ande el pinar» -dejó escrito como razón-, se equivocó; por la Alcarria de Cuenca andan el tomillo y el romero, el espliego y la salvia, el mimbre y el esparto, la avena, el centeno, el trigo, la cebada, y ahora el girasol como en casi todos los campos de la submeseta sur. El pinar anda más lejos, allá por la Serranía, donde no es fácil, pero sí hermoso el caminar. Lo sé por experiencia, y a fe que los ojos nunca gozaron tanto, ni las fauces secas del caminante, al topar por aquí y por allá con las fuentes que sacan del corazón de la tierra las aguas más delicadas de Europa.
Andando a pie llano, la Alcarria de Cuenca aparece muy pronto, apenas pasar la villa de Alcocer. La Alcarria conquense comienza justo al otro lado del Guadiela y llega, siguiendo carretera adelante, hasta casi las mismas puertas de la capital del Júcar por Cañaveras y por Villar de Domingo García, dos pueblos de agricultores eminentemente alcarreños. Pero como para hablar o escribir sobre la Alcarria de Cuenca se haría precisa una extensión de la que aquí carecemos, y como tal vez el viajero que se acerque a ella con ánimo de conocerla disponga de un tiempo también insuficiente, voy a referirme, y muy de pasada, a cuatro puntos muy concretos que marcan, cada cual a su modo, los pilares sobre los que se apoya todo el encanto, el valor y la diversidad, de aquel fragmento de la única Alcarria con la que se adorna el variopinto tapiz de las tierras de Castilla. Los cuatro lugares a los que hago referencia, y salvo mejor opinión, serían el pueblo de Valdeolivas, las ruinas romanas de la ciudad de Ercávica en Cañaveruelas, y las nobles villas de Huete y Priego como cabeceras de comarca, donde la historia, el arte y las tradiciones, dieron forma al modo de ser de sus gentes, e influyeron, incluso, en el paisaje, distinto y personal, como corresponde a dos de las más sonoras ciudadelas castellanas con solera de siglos.

Valdeolivas
En Valdeolivas merece la pena detenerse para admirar de paso el exterior y el interior de su iglesia parroquial de la Asunción, que tiene por remate una torre de cinco cuerpos y se corona con triples parejas de vanos superpuestos en el campanario, muestra única de la arquitectura tardorrománica de todas las Alcarrias. Y dentro, como fondo a la nave, en la parte alta del ábside un casquete con pinturas protogóticas que tampoco se repiten, en el que se ven representados un artístico Pantocrátor, un tetramorfos alrededor con el símbolo de los cuatro evangelistas, y un apostolado completo a derecha e izquierda, repartido en dos grupos de seis figuras cada uno. Desde luego que sí, que cada monumento está donde debe de estar, pero esa iglesia de Valdeolivas, dada su proximidad a las tierras de Guadalajara, es una pena que no se encuentre aquí, en cualquier pueblo nuestro de aquellos contornos, o por lo menos una réplica para hacer más variado y rico nuestro patrimonio. Que los valdeoliveros, tan amantes de lo suyo, sepan disculpar este absurdo deseo que en el fondo (a cada uno lo suyo), reconozco que no me ha salido del corazón.

ErcávicaErcávica, con sus ruinas y sus excavaciones interminables queda, como ya se ha dicho, en la otra orilla del Guadiela. Fue una de las principales ciudades romanas en tiempos del Imperio, y cuyos habitantes -escribió Plinio- gozaron de los derechos plenos que correspondían a los ciudadanos romanos. Dos siglos antes de Cristo ya se calificó a Ercávica de noble ciudad, y en ella se acuñó moneda romana en tiempos de la República y durante los imperios de Augusto, Tiberio y Calígula. En las excavaciones se encontró una placa de bronce del siglo I con elementos litúrgicos y religiosos, única en ese tipo de material que se conoce en todo el mundo latino, así como la bellísima cabeza de mármol blanco pulido de Lucio Cesar niño (siglo I antes de Cristo), que se conserva como un tesoro, y lo es, en el Museo Arqueológico de Cuenca. Con respecto a ese bellísimo busto, uno es testigo de haber visto a una súbdita americana, docta en Arqueología, que luego de haberle tomado, desde todos los ángulos y distancias posibles, cuantas fotos le pareció oportuno, se la quiso comer a besos.

Huete
Huete es con todo merecimiento la capitalidad de una buena porción de la Alcarria de Cuenca. La villa rezuma licor de viejos señoríos por los poros de las centenarias piedras de sus palacios, por las juntas de sillar de sus conventos, de entre los que destaca el de la Merced, grandioso, donde en estos tiempos nuestros se alojó el ayuntamiento y halló acogida en su marco ideal el museo de pinturas "Florencio de la Fuente". En el convento de la Merced de Huete estuvo durante siglos el más bello de los Cristos que pintó El Greco, ahora en el Museo de Arte Religioso de la catedral de Cuenca. La iglesia o convento que llaman El Cristo, es en Huete un conjunto monumental, un complejo de edificios con portada lateral al gusto plateresco sencillamente hermosa; se levantó hacia el año 1570 y se atribuye a Berruguete, y a don Andrés de Vandelvira, aquel que convirtió en divinos tantos edificios de Úbeda y Baeza. La división etnicocostumbrista de los barrios de Huete, entre quiterios y sanjuanistas, es otra de las notas características a considerar entre los valores que heredó la villa.

PriegoPor los alrededores de Priego corren las aguas serranas del río Escabas, aunque el pueblo es, por situación y por carácter, uno de los más distinguidos de toda la Alcarria. Es famoso por sus alfares, por la artesanía del mimbre, por su condición de Villa Condal, y por el famoso convento de San Miguel de las Victorias que, salvando infinitas vicisitudes desde el último cuarto del siglo XVI en que se construyó, todavía se conserva prestando servicios de espiritualidad a propios y foráneos bajo los riscos del Monte Santo. Pero vayamos por partes aunque sea a vuelapluma, porque de Priego hay mucho que decir. Existieron por sus distintos barrios a mediados del siglo XVII más de quinientos especialistas dedicados por oficio al noble quehacer de modelar el barro. Cuando estuve la última vez, sólo quedaban cuatro. Ignoro cómo andará a estas alturas la industria del mimbre, aunque me consta que hace sólo un par de décadas se exportaban valiosas piezas, incluso a otros continentes. La producción del mimbre bajó de manera alarmante, hasta casi desaparecer, en toda la Alcarria. Los Condes de Priego -Mendozas y Carrillos-, emparentados con nuestra nobleza guadalajareña, ocuparon lugares preferentes en la historia nacional del XVI; el sexto de ellos, don Fernando Carrillo de Mendoza, mayordomo a la sazón de don Juan de Austria, fue quien llevó la noticia de la victoria de Lepanto al papa Pío V, lo que le dio motivo bastante como para comprometerse a la construcción de un convento de religiosos en la villa cabecera de su condado, y así lo hizo. Allí está el de San Miguel de las Victorias, o de la Victoria, como así prefieren otros, sede de devociones mirando al abierto valle, con el famoso Estrecho a un lado y la villa al otro. Poco más allá, río arriba, uno se perdería enseguida por la sorprendente Serranía de Cuenca.
Tengo la seguridad de que nuestros lectores de la villa de Buendía, que me consta los hay, echarán en falta una referencia a su pueblo, ahora tan interesante con sus rincones irrepetibles de junto al río, su Ruta de las Caras, su Museo del Carro, su fantástica iglesia, y tantas cosas más, que merecen un espacio para ella misma, y que algún día se hará.


(En la fotografía: divisoria de caminos en Cañaveras)

lunes, 23 de mayo de 2011

HABLEMOS DE FUENTES

Hace algún tiempo, no mucho, la editorial Aache publicó un libro realmente interesante titulado “Fuentes de Guadalajara”, escrito por Juan José Bermejo, en el que se expone además una importante serie de fotografías sobre cada una de las ciento o mas que, dignas del mayor interés, todavía se conservan como valioso legado del pasado en muchos de los pueblos de esta provincia. Personalmente el tema de las fuentes siempre me interesó; las he visitado y escrito sobre ellas en distintas ocasiones. Las fuentes y los monumentos religiosos constituyen los dos grandes valores a considerar en muchos de nuestros pueblos, monumentos ambos que por sí solos casi siempre vale la pena hacerles una visita. Conservo un leve apunte relativo a las más interesantes de nuestras fuentes dentro de su interesante variedad, de manera que, antes real y ahora valiéndome de los datos almacenados en la memoria y de otros muchos que guardo en los archivos, inicio un viaje por las principales fuentes de Guadalajara.

El viajero que detiene su coche junto al arcén en la carretera, dentro aún del casco urbano de la villa de Albalate, observa con sorpresa el manar incesante de los caños que vierten a la vez sobre el mismo pilón, a un par de metros por debajo de sus pies. La fuente de Albalate de Zorita es un bello espectáculo sobre el que ajusta todo género de elogios. El viajero, que la contempla atónito junto al bordillo de la carretera también pensó lo mismo. No, en cambio, el anciano encorvado del lugar que va de paso junto a él, buscando el arrullo de esos soles que bajan junto a las tablas del banco a la hora de la siesta.
- Los moros -pasa diciendo sin detenerse-. Aquellos sí sabían lo que se llevaban entre manos.
El viajero desenfunda la cámara y tira tres fotografías desde diferentes ángulos. La de Albalate es una fuente escultural, fotogénica y de mucho impacto. El viajero se marcha sin enterarse apenas de lo que ha dejado atrás, de la impresionante maravilla de canalización subterránea que alimenta desde tiempos ya remotos a los ocho, a los doce, a los catorce caños que salen a la superficie. Quién sabe si en otra ocasión y con menos prisas regrese a los llanos de Albalate y se informe como es debido. Sería una pena si no lo hiciese.

No hace mucho que ha llovido en Brihuega. El presente otoño en cuestión de lluvias y de sol tuvo de todo. Por aquellos lares no se acoge con demasiado deseo el agua de lluvia, excepción hecha de las largas temporadas de sequía de las también sabemos tanto. Los chiquillos de Brihuega disfrutan del fin de semana corriendo en bicicleta por la calle de las Armas, por la plazuela de Herradores, por la calle del Peral. Por aquellos rincones suena de continuo, sea de día o de noche, el rumor de los doce caños en línea de la fuente Blanquina, rumor de siglos en cuyos pliegues se arroparon las más sugestivas leyendas, fraguadas al amor de la lumbre durante los largos inviernos de la villa, cuando a los hombres con vocación de ascetas les dio por imaginar remotas historias de aparecidos, de amores imposibles, de esqueletos andarines bajo el arco de Cozagón o de encantamientos, para lo que Brihuega, por historia y por constitución étnica, fue siempre terreno abonado. En las noches frías de la importante ciudadela alcarreña, también en las horas insoportables del medio día, cuando en pleno mes de julio el sol sacude sin piedad sobre aquellas vegas, los doce caños de la fuente Blanquina depositan, todos a la vez sobre el largo depósito del abrevadero, las mejores esencias de una antigua civilización diluida con el correr de los siglos, y que es por añadidura la propia entraña de su pasado moro, cristiano y judío, trenzado sobre el tosco cañamazo que envuelve al valle del Tajuña, siempre a la vera de los lánguidos parajes de la Alcarruela y del Cerro Redondo que viene a caer al otro lado del río.

Cifuentes por su parte -y sin salir del recinto geográfico de la Alcarria- es por definición y por toponimia la villa que mejor debiera ajustar con el tema que hoy nos ocupa. Los autores no se ponen de acuerdo en si el nombre “Cifuentes” es o no es una derivación literal de la expresión latina “centum fontes”, cien fuentes; a uno le parece que sí, que la solución al problema está demasiado clara y que no vale la pena entrar en discusión. Quizá no sean tantas, o tal vez sean más las fuentes de las que procede el nombre de la villa. Lo cierto es que del cerro del castillo cifontino llegan, por la vertiente que mira al pueblo, tal cantidad de canalillos que reunido su caudal forman un regato al que se unirá el más importante de los manaderos allí existentes: la fuente de la Balsa, que surge en grandes borbotones bajo los pies de la gente. Allí, junto a la vía pública, rodeada de parque y de calles bien transitadas, remansa una de las fuentes más originales de toda la provincia en un ancho cristal de aguas clarísimas, donde en otro tiempo vivieron y se criaron las finas truchas de la Alcarria. El escape natural de esta especie de laguna interurbana, a la que da lugar en su base el cerro del Castillo, se convertirá a escasos metros de su nacimiento en el río Cifuentes, el que se despeña en cascadas -nadie sabe si de gozo o de dolor- poco antes de llegar al Tajo por las calles de Trillo.
El Sotillo, fecundo lugar de la Alcarria, rico en costumbres, en paisajes y en frondosas nogueras durante los meses de verano, se une a este juego improvisado de fuentes memorables que engalanan nuestro medio rural. La fuente de El Sotillo vierte generosas por sus seis caños a la entrada del pueblo. Cuando su contenido es excesivo, la fuente arroja su caudal por un caño más, que en el pueblo conocen por “la cabeza del perro”.Sobre el muro de la fuente queda constancia escrita de que fue montada a expensas del Ayuntamiento en el año 1913.

Pastrana, Ledanca, Valdearenas, Arbancón. Jadraque, Galve de Sorbe, Canales del Ducado, Miedes, Riofrío del Llano, y una veintena de pueblos más, importantes o desiertos, lucen en sus plazas bellos ejemplares de fuentes redondas que con el tiempo han ido adquiriendo la categoría de símbolo local, por cuya estampa los respectivos pueblos se pueden identificar. Es el caso de la fuente pastranera de los Cuatro Caños, la que allá, en la típica plazuela que lleva su nombre, deja caer hacia los cuatro puntos cardinales cada uno de los chorros que cuelgan de su panza de copa.
Un encanto singular, más por el servicio que prestan que por lo que con su pobre aspecto pudieran representar a la vista de quienes pasan a su lado, tienen las fuentes camineras, aquellas que brotan donde Dios les dio a entender al borde del camino, ofreciendo al viandante un servicio oportuno y en todo caso eficiente para apagar su sed, la angustiosa sed de los caminantes y de los arrieros para quienes estos solitarios manantiales debieron de ser en tiempo pasado algo así como un rayo de luz vitalizador, en sus jornadas a pie de carretera.

No son demasiadas las fuentes camineras de las que en esta tierra nos podemos jactar, no obstante, ¿Quién no recuerda con gratitud aquella de las cuestas del Sotillo tan cercana a la capital?, ¿O la umbrosa de las afueras de Yebes, o la que todavía está ahí para servirnos en la carretera de Pastrana al respaldo de Fuentelviejo, o la que con más o menos fortuna, según las temporadas, vierte en plena curva bajo el castillo de Jadraque, o la de la Canaleja, en fin, dando ya vistas al pueblecito de Anquela cuando el viajero se detiene a descansar mirando hacia el barranco, siempre que se anda sin apremios camino de Molina?
Salvo algún que otro caso aislado y muy concreto, las fuentes de Guadalajara están situadas la mayor parte de ellas dentro de la comarca alcarreña, en la tierra arisca y a menudo completo sequedal del campo de la Alcarria. Tierra de sorpresas y de contrastes, esa Alcarria de pintores y literatos que, aunque no lo parezca, es toda ella un enorme laberinto de canales subterráneos por donde corre la vida.
(La fotografía corresponde a la "Fuente Blanquina" de Brihuega)

lunes, 16 de mayo de 2011

EN LA VEGA DEL CODORNO



(Fragmento cogido del Capítulo VI de mi libro “Viaje a la Serranía de Cuenca”, publicado en 1983. La fotografía, bastante deficiente en calidad como puede verse, tiene el mérito de haber sido tomada en aquel viaje desde la subida a la Cueva)
«Se sube a la Cueva por una senda pedregosa que hace un guiño a mitad con dirección al cerro. En medio de la senda hay una cabra amarrada al zopetero con las ubres para estallar. La cabra mira al caminante sin moverse del sitio, rumiando una dentellada de hierba con cara de inquisidor en trance.
La cueva que da nombre al pueblecito que tenemos debajo es un refugio natural de proporciones descomunales abierto en la roca. Una cripta tremenda de legendaria catedral, anterior en el tiempo a la misma historia del hombre, donde los habitantes de La Vega representaron por tradición durante muchos años, siglos quizás, la escena viva del nacimiento de Cristo, utilizando para ello personajes reales y productos e indumentarias de la tierra en cada Navidad. Por unas u otras razones la tradición se rompió y con ella perdió el costumbrismo de la Serranía una de sus más exquisitas manifestaciones. Del fondo de la cueva parte un pasadizo subterráneo, horadado en las peñas, del que la gente de la comarca afirma que no tiene fin, y si es que lo tiene nadie se lo ha visto. El valle queda por debajo, poblado de casas blancas y rojizas en mitad de las huertas; y campos verdes de mies, aún sin sazonar, entre los que pasan las hileras de chopos que siguen de cerca las márgenes del río. Desde la misma boca de la cueva se ven al otro lado las mujeres serranas lavando en la ribera del río. Los grajos graznan sobre nuestras cabezas, escondidos dentro de los agujeros de la techumbre donde es posible que tengan el nido. En el suelo hay cuerpos secos de avechuchos que cayeron del techo sin haber aprendido a volar, o fenecieron en singular duelo sin cuartel, unos contra otros, en cualquier noche de luna.

El otro bar de La Cueva tiene el sugestivo nombre de "Las Vegas". Hay allí un comprador de ganado que viene de Almazán, en tierras de Soria. Al cabo de un rato, después de hablar, de descansar, de beber dos o tres vasos de cerveza cada uno, nos damos cuenta de que, a pesar de habernos conocido hace un instante, estamos rayando la amistad. Tirando del hilo de la conversación sacamos después en consecuencia que tenemos un conocido común, tratante de Gómara; no amigo, me dice él, por aquello de tenerse que mojar -cosas del destino- los pies en las aguas del mismo oficio, pero sí motivo bastante como para alargar el palique durante otro rato y celebrar la feliz coincidencia con un sorbete más en el mostrador.
- Pues muy bien. Así que dice usted que anda por aquí viendo todo esto a pie y que no es por ninguna promesa. Oiga, pues le voy a decir que en mi pueblo había uno que se fue de peregrinación a Compostela y apareció al cabo de los años por las Américas con más cuartos que un torero. Eso sí, aquel dicen que era un tío listo.
- Ya. Pues aquí, este modesto servidor de usted no salió de su casa a peregrinar ni nada que se le parezca, ni a cumplir una promesa, bien lo sabe Dios; ni espera volver con más pesetas de las que puso en el morral, sino con algunas menos, y los pies destrozados por añadidura de tanto patear por la sierra. Para que vea lo que son las cosas.
El señor de Almazán dice que se tiene que ir; que se acercará hasta Fuertescusa a recoger una docena de cabritos, para estar en casa antes de ponerse el sol.
- Y ha dicho que no lleva rumbo fijo –me pregunta. Pues si quiere se podía venir conmigo hasta la parte de Priego, y desde allí se pone otra vez en camino por donde le pida el cuerpo. Aquel terreno es mucho más cómodo, donde va a dar; hay menos cuestas y los pueblos están más cerca unos de otros.
- Ya lo creo que me gustaría aceptar -le digo; pero me temo que no va a poder ser tal y como usted dice. La verdad es que no llevo rumbo fijo, pero sí que tengo intención de subir hasta Beteta, y por esos caminos que usted me indica creo que no llegaría nunca, si no vuelvo otra vez atrás o le doy la vuelta al mundo.
El tratante se ha parado a cavilar apoyándose en la vara de fresno. Yo pido otros dos vasos más para rematar la fiesta. El tratante golpea al fin el suelo con el bastón, como si hubiera dado con la clave del enigma que tenía entre ceja y ceja, y al que no le daba la gana de salir.
- Nada; pues ya está. Usted se viene conmigo hasta el empalme de Poyatos, se sube a pie tranquilamente, yo sigo mi camino, y por la mañana puede salir hacia Beteta que desde allí tiene carretera. ¡Vamos, siempre y cuando usted no tenga inconveniente!

En la caja trasera de la camioneta viajan con nosotros una veintena de chivos acabados de adquirir por el tratante en la misma Vega del Codorno. Me explica que aquella sierra tiene buena carne, pero que a él, en realidad, lo que más le interesa son los terneros para el recrío y que por aquella zona son escasos. Algo más adelante vemos, en una calva del pinar junto al camino, una manada de vacas pastando en la pradera. El conductor afloja la marcha instintivamente al cruzar a la altura del ganado. Las vacas son blancas con manchas negras, y blancas con lunares marrones y de color siena. Los becerrillos mueven el rabo graciosamente cuando maman de sus madres, y se ponen luego a retozar como locos por entre los pinos.
- Esas las tienen para leche. Son buena carne, ya digo, pero cuatro de ellos. Para comprar en cantidad hay que irse a Checa o a la zona norte de la provincia de Guadalajara.
La carretera es por aquí agreste, muy difícil, con tremendos barrancales y despeñaderos que van cubriendo los pinos. La piel del bosque es una masa tupida de un verde azulado que brilla con el sol. En algún sitio atravesamos un paredón de roca, a manera de túnel natural, montaraz y pintoresco.
En el paraje de Tejadillos la carretera continúa con dirección a Las Majadas. Nosotros debemos tomar, según me explica el chofer, el ramal de la derecha que parte hacia Cañamares en tierra de Priego.
Por Tejadillos nos encontramos con las aguas limpias del río Escabas que seguiremos después, siempre a su derecha, hasta el ya convenido empalme de Poyatos. A petición de su acompañante, el gentil conductor de la camioneta consiente en perder unos minutos al pie del "Monumento a la Madera", que se levanta sobre un rellano en el cruce de caminos. El original monumento es obra del artista de las formas Gustavo Torner, y consiste en un cubo enorme alzado en el vacío, cuyas doce aristas son otras tantas vigas de pino que sostienen en el mismo centro geométrico de aquel volumen de aire, sujeto ingeniosamente por cables, otro cubo, ahora de metal, en el que se guarda un puñado de tierra traída de cada uno de los países participantes en el VI Congreso Forestal Mundial de 1966, en cuyo "recuerdo y memoria" se levantó la obra.»

martes, 10 de mayo de 2011

NUESTRAS PATRONAS: LA VIRGEN DE LA ANTIGUA

Es la advocación mariana bajo la cual se venera a la Patrona de Guadalajara, y a las de otros pueblos de la provin­cia como El Casar o Campillo de Dueñas. Su devoción en la capital de la Alcarria data de tiempos desconocidos, pero enraizados, sin duda, en la Alta Edad Media; pues cuenta la tradición que una vez reconquistada Guadala­jara en la noche de San Juan de 1085, Alvar Fáñez de Minaya se postró en oración delante de su imagen en la vieja iglesia de Santo Tomé, que coincidía en el espacio con el actual emplazamien­to de su santuario. La Cofra­día de Nuestra Señora de la Antigua, goza de jubileo a perpe­tuidad para todos los miembros que visiten la sagrada imagen el 8 de septiembre, día de su fiesta mayor que coincide con la Natividad de la Virgen.
La historia local habla de infinitos favores alcanzados por su celestial intervención, tanto en beneficio de la ciudad en general como en particular de muchos de sus vecinos. Fue procla­ma­da patrona de Guadalajara por acuerdo del pleno del Ayuntamien­to presidido por el alcalde don Ezequiel de la Vega, el día 12 de septiembre de 1883, y declarada como tal por el arzobispo de Toledo, Cardenal Moreno, el 21 de diciembre de aquel mismo año. La coro­nación canónica de la imagen tuvo lugar el 28 de septiem­bre de 1930, de manos del cardenal don Pedro Segura, a la sazón Arzobispo de Toledo, siendo padrino de la ceremonia el infante don Luis Alfonso de Baviera, y alcalde de la ciudad por aquel entonces don Francisco de Paula Barrera.
La imagen de la Virgen de la Antigua que hoy se venera en su santuario es una hermosa talla policroma de finales del siglo XVI, en cuya ornamentación suelen intervenir activa y genero­samente sus cofrades. Durante el traslado de la imagen desde la iglesia de Santa María hasta su santuario, en la tarde-noche del día 8 de sep­tiembre, la ciudad se echa a la calle en cálidos fervores y muestras de cariño hacia su Patro­na. Una hoguera encen­dida en los aledaños del santuario, mantiene durante la noche de su fiesta mayor el fuego y la luz de una tradición tan vieja como su nombre.

martes, 3 de mayo de 2011

NUESTRAS PATRONAS: LA VIRGEN DE LA LUZ

La ciudad de Cuenca tiene por Patrona a la Virgen de la Luz, cuya fiesta se celebra con gran esplendor el día primero de junio. Es una imagen de color moreno, con el Niño en los brazos y un candil o luminaria en la mano derecha; se venera en una iglesia santuario dedicado a San Antón, junto al puente sobre el río Júcar, en uno de los parajes más bellos de la ciudad que sinceramente recomiendo conocer. El interior de esta iglesia es todo una provocación barroca, de luminosidad y riquísimos dorados, en donde, además, se guardan algunas de las imágenes más importantes de la Semana Santa.
La devoción a la Virgen de la Luz es antiquísima en la ciudad de Cuenca. Del origen y vicisitudes de esta advocación existe una tradición que los conquenses hemos ponderado a lo largo de los siglos, y que no seré yo quien la desmienta, al menos por lo que pueda tener de valor histórico o de documento clave en la cultura local.
Se cuenta que la aparición de la Virgen de la Luz al Rey tuvo lugar en fechas inmediatas a la reconquista de la ciudad por Alfonso VIII, que como así consta ocurrió el día 21 de septiembre de 1177. Los soldados castellanos que tenían cercada la ciudad, pudieron ver cada noche una luz tenue al pie del cerro de la Majestad, a orillas del Júcar. Conocido el hecho por el Rey, se presentó en el lugar, y allí le fue anunciado en una fulminante aparición que la reconquista de la ciudad sería inmediata; hecho que ocurrió a los pocos días. Alfonso VIII ordenó construir una ermita en aquel sitio y entronizar una imagen de la Virgen en prueba de gratitud. Es una historia larga y rica en detalles, en nombres, en fechas y en documentos. Los favores recibidos en la ciudad por su mediación, especialmente en el siglo XVIII, fueron muchos, como así consta en documentos de diversas épocas.
El santuario actual, construido en 1760, queda a muy corta distancia de donde debió de estar la primitiva ermita. Por su situación junto al puente sobre el río Júcar se le ha conocido también como ermita del Puente, y por ser la sede patronal muchos la conocen hoy como ermita de la Virgen de la Luz.
La venerada imagen fue coronada canónicamente el día 1 de junio de 1950, por el nuncio de S. S. Mons. Cocognani, siendo obispo de la diócesis D. Inocencio Rodríguez Diez. Fue un acontecimiento religioso-festivo de carácter provincial sin precedentes, en el que estuvieron presentes 83 imágenes patronales llegadas de otros tantos pueblos de la provincia, cuya presencia continúa fresca en la memoria de quienes estuvimos allí. Perdóname, amigo lector, que saque de los archivos de la memoria un antiguo recuerdo, y es que el día siguiente al de la Coronación, día 2 de junio, me tuve que examinar de Ingreso de Bachillerato en el único instituto que había entonces, el Alfonso VIII. Y pareja a esta entrañable alusión del pasado, ahí va otra más de aquellas fechas, la de la primera estrofa del Himno a la Virgen de la Luz, bellísimo, que no he vuelto a escuchar desde entonces, y que empezaba así:

No te extrañes, no te extrañes,
siendo Luz el verme negra,
Cuenca con fuego de besos
requemó mi faz trigueña
.